martes, 13 de noviembre de 2007

ADICCIÓN AL TRABAJO


EL EMPLEO DEL TIEMPO


Llegados a este milenio, el mundo del trabajo no puede verse de la misma manera que hace 30 años atrás. Si bien es indispensable para satisfacer nuestras necesidades, su significado, el tipo de trabajo, las exigencias, sus beneficios se han modificado profundamente en la actualidad. Y este cambio, por cierto, puede observarse en relación a la esfera de las adicciones.
Observemos las actuales condiciones laborales: un horario de atención corrido –que permite poco tiempo para almorzar o descansar-; la necesidad de estar actualizados y capacitados de manera permanente; una competencia cada vez más exigente; los premios por productividad; las ofertas de empleo que apuntan a personas cada vez más jóvenes y capaces de adaptarse a diferentes situaciones, en desmedro de los más experimentados. Y, por supuesto, la desocupación, como un factor que provoca angustia anticipada en la población ocupada.
A su vez, también se han modificado las condiciones culturales, ligadas al mundo de la producción: el valor del éxito individual sobre el social; la valoración del ideal “juvenil” como modelo a seguir; el desencanto ante las relaciones afectivas y políticas, entre tantas otras.
Sin embargo, no todas las personas sobre- exigidas en su ambiente laboral llegan a ser adictos al trabajo.
Cuando una persona ocupa habitualmente su tiempo libre con tareas que lleva de la oficina a la casa. Cuando no puede controlar las horas que pasa en su trabajo y esto afecta a la dedicación de su familia o la práctica de otras actividades – recreativas, por ejemplo -. Cuando esa persona desarrolla una alta implicación con su actividad, que supera a las exigencias del entorno laboral. Cuando la presión sobre sí mismo afecta al disfrute de otros momentos que no sean los laborales. Cuando le resulta imposible delegar tareas, porque cree que es el único que puede hacer bien “su” trabajo.
Los indicadores de una persona en riesgo de ser adicta al trabajo pueden pasar desapercibidos, ya que están relacionados con otros síntomas naturalizados socialmente: stress, fatiga y ansiedad crónicas.
Se trata de un trastorno grave con consecuencias psicológicas y físicas que involucran no sólo al individuo: su aislamiento provoca el deterioro familiar; su salud se debilita progresivamente; presenta un marcado desinterés por cualquier otra relación que no ofrezca rédito sobre su rendimiento profesional; su tiempo libre se ve considerablemente reducido porque piensa que es, precisamente, una “perdida de tiempo”; o mientras descansa, piensa lo que debería hacer cuando esté trabajando; puede sentir culpa por no estar en actividad; sufre trastornos del sueño. Y, claro está, su desempeño profesional va mermando, ya que no puede rendir como él espera.
Si bien ha sido caracterizada como una afección que sufren niveles dirigenciales, cabe destacar que este tipo de adicción no depende del empleo, del rango ni del género. Se puede ser taxista, gerente, electricista, profesional o plomero y desarrollar un problema adictivo a partir de que el trabajo se convierte en el elemento central de su vida.

LA FUNCIONALIDAD DE LAS SUSTANCIAS: CUANDO MEJORAR EL RENDIMIENTO PUEDE SER NOCIVO

La sobre-exigencia y la auto-presión para rendir permanentemente, pueden hacer que una persona consuma determinadas sustancias. Por ello, el problema puede agravarse ya que su salud comienza a perder calidad ante el consumo excesivo de café y cigarrillos – drogas excitantes -, entre otras.
En el caso de las anfetaminas, por ejemplo, permiten estar hiperactivos y alertas, eliminan la depresión, hay una sensación de entusiasmo que se caracteriza por un accionar rápido – mientras dura el efecto -. Sobre todo, son buscadas porque permiten disminuir la fatiga, el sueño y el apetito – anorexígenas -. Cuando ya se produce una dependencia de las mismas, pueden sufrirse alucinaciones, cuadros paranoides y depresión, entre otras consecuencias.

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