martes, 13 de noviembre de 2007

ADOLESCENCIA Y CONSUMO DE SUSTANCIAS


EN LA CABEZA DE LOS PADRES

Para el mundo adulto, es usual pensar que las intoxicaciones por alcohol constituyen exclusivamente un problema de jóvenes sin límites. Sin embargo, el abuso es un problema que involucra a todos, sin distinción de edad, género o clase social.
Hay datos ciertos que generan una lógica preocupación: la edad para iniciarse en el consumo de sustancias, está bajando cada vez más. En Argentina, por ejemplo, los chicos comienzan a fumar entre los 11 y los 12 años. En base a esto, ya no podemos considerar la adolescencia como en otras épocas, en parte debido a su participación cada vez más temprana en el consumo de diferentes objetos, entre ellos, las drogas.
Hablamos de un fenómeno que también puede verse en relación a la tecnología, al acceso a los lugares de diversión nocturna, en el trabajo infantil, o el embarazo en chicas que no superan los 18 años.
No sólo revela el lugar y las expectativas que tienen los adolescentes hoy en día. También muestra hasta qué punto se ha desplazado la función del adulto, desde un orientador responsable a un simple habilitador del consumo.

PRONTA ENTREGA: PROMESAS DE SATISFACCIÓN

La relación entre padres e hijos suele ser contradictoria. Mientras su comunicación procura no tener vacío alguno, también podemos afirmar que resulta incómodo sentarse a hablar sobre consumo de drogas sin caer en la bronca o la parálisis del miedo.
Un buen ejemplo es el contacto que les permiten los teléfonos celulares. Desde las necesidades de los mayores, los celulares facilitan el saber dónde y qué están haciendo sus hijos.
De esta manera, el mundo adolescente comienza a ser tenido en cuenta por el mercado, que pondrá a disposición de los adultos diferentes modelos de objetos –con cámara de fotos, capacidad de memoria, color, tamaño- para una sola y vital necesidad.
Si hasta hace 5 años atrás, el celular era un objeto valioso para el adulto, ahora esa responsabilidad es trasladada al adolescente –no en lo económico, ya que es el padre quien abona-, creando la necesidad en ellos. Al punto tal que la demanda por tener un nuevo objeto parte de los menores –cada vez más chicos- a los mayores.
La experiencia que los adolescentes tienen actualmente con las sustancias también está relacionada con el mundo del consumo, aunque se trata de objetos totalmente distintos a un teléfono, claro está. Lo que parece conectarlos es ese apuro por tener, por aprender, por probar a ver qué pasa.
Cada objeto posee un valor y una serie de significados para aquel que lo consume. Aquel que compra un auto, está adquiriendo algo más: status, prestigio, pertenecer a determinado grupo.
Las drogas no son ajenas a esto: acercamiento, seducción, celebración son las promesas de satisfacción que se publicitan con el alcohol. Promesas ilusorias, por supuesto.


HABILITAR NO QUIERE DECIR ORIENTAR

Si algo caracteriza al adolescente hoy es que puede adelantarse a vivir procesos para los que, en otra época, le llevaba más tiempo y esfuerzo.
Fumar en la plaza o en la esquina del colegio, podría ser visto como un típico ritual de iniciación de la adolescencia, tal como puede ser la primera borrachera o la salida a un boliche de adultos. El hecho es que estas vivencias se hacen cada vez más temprano en su vida.
Cuando los padres tienen conocimiento de esto, pueden pensar inmediatamente en sus “malas juntas” y seguramente le echarán la culpa de todo a las “malditas drogas”. Buscarán ayuda profesional que los oriente “a sacar a su hijo de la Droga” – a esta altura, es conveniente echar un vistazo a “De esto sí se habla”, número anterior -. Alarmados, sentirán una amenaza sobre su hogar, “algo nocivo que viene de afuera” y pueden castigarlo para impedir que vuelva a consumir.
Sin embargo, esto sólo es una reacción más que una pregunta acerca de los motivos de esa práctica. La sola prohibición de las conductas –“No tomés esto, no bebás aquello”– es una de las caras de la pasividad, ya que no promueve hábitos de cuidado y responsabilidad en los momentos de posible riesgo.
A su vez, el consumo de los chicos va revelando el lugar que ocupan los mayores. No hay que olvidarse que estos últimos son los que habilitan una gran variedad de experiencias. Les otorgan dinero cada vez que salen, les ceden el hogar para que se junten con los amigos, entre otras posibilidades.
Al acompañarlo en su desarrollo, el adulto le va ofreciendo opciones posibles para canalizar sus inquietudes y demandas. El problema es que, en la actualidad, esta habilitación no se realiza necesariamente con el padre. Esa función adulta es ocupada por los amigos que enseñan a beber o a probar las diferentes cosas que se vayan presentando.
A veces, ese es el lugar vacante que estamos dejando los adultos. Y aquí incluimos a padres, docentes, hermanos mayores, el encargado del cíber o del drugstore, en suma, a todo adulto que se relacione significativamente con el mundo joven.
En suma, habilitar no es sinónimo de acompañar. En todo caso, se trata de escuchar sus expectativas y sus miedos, de estar atento no sólo a lo que puede hacer mal sino también para que el chico sepa que puede contar con él sin temor alguno.

VULNERABLES: ALGUIEN VA A ESCUCHAR TU REMERA

¿Por qué consideramos la adolescencia como una fase vulnerable, en la que se comienza a buscar y probar aquello que estaría dado al mundo adulto?
El joven tiene que hallar otras certezas ante un mundo que constantemente le está exigiendo y presionando. El mundo del niño ya no tiene sentido para él y en esta búsqueda personal su estado de ánimo se vuelve inestable. Una radiografía de la mente de un adolescente tipo, nos haría evidente que está preocupado por resolver nuevos problemas:

Procurarse una identidad. Ser llamado por su nombre propio, tener un apodo, ponerse un peircing o tatuarse, en la búsqueda de reconocimiento ante sus pares.

Redefinir su posición sexual. ¿Se ubicará del lado de las mujeres o de los hombres? En la adolescencia, este es un interrogante que se abre.

Volver a encontrar un objeto de su amor. Buscará establecer relaciones afectivas fuera de su entorno familiar.

Armarse de un oficio. Va probando a partir de lo que sabe y quiere aprender, en aquellos lugares habilitados por la sociedad: ser un joven deportista, rockero, estudioso, rebelde, informado, entre otros.

Así, comenzará a involucrarse en los ritos de iniciación que sus pares le establezcan.
Un punto crucial es la relación con el otro sexo. Y las drogas pueden presentarse, en ese momento, para poner un freno anticipado a la angustia que este encuentro provoca. Pero, además, puede consumir sustancias para asegurarse una satisfacción que no dependa de la aceptación del otro. Si lo rechazan, cree que también puede pasarla bien, gracias a lo que ha probado.
El consumo del mundo adolescente permite apreciar que tratan de buscar soluciones urgentes y sin retrasos, ante los posibles conflictos y frustraciones. Pero esta no es una característica del mundo adolescente, sino una de las banderas alzadas por el mundo adulto.
A esto le llamamos la “sustancialización de los problemas”: la creencia de que todo dolor o alivio puede conseguirse sin esfuerzo, a través de las sustancias –u otros objetos de consumo-.

LA FUNCIÓN DEL ALCOHOL

Las bebidas alcohólicas tienen una función socialmente tolerada. Al tomar alcohol, es posible superar la ansiedad, quitarse los frenos, desinhibirse. Esto, al menos inicialmente porque, en rigor, el alcohol es depresor del sistema nervioso central.
Todo lo que puede desearse a través del alcohol, las publicidades de cerveza lo muestran gráficamente. Beber es un esfuerzo de adaptación a diferentes situaciones. Habría que pensar, entonces, por qué resulta tan indispensable para relacionarnos, para conseguir afecto o reconocimiento, entre otras.

PARA DESMITIFICAR

Los adolescentes consumen drogas porque los padres no son lo suficientemente autoritarios. En realidad, los adolescentes pueden consumir por varias razones. Sí pueden existir situaciones de riesgo como la violencia intrafamiliar; la naturalización del consumo por parte del adulto, o constantes excesos; falta de interés o de afecto por lo que hace el hijo; una actitud permisiva en relación al consumo; falta de límites, entre tantas otras. Un detalle más a tener en cuenta: la falta de límites no involucra sólo al joven, también al adulto.
Los adolescentes consumen porque tienen problemas. En rigor, puede consumir por curiosidad, o para no quedarse al margen de una experiencia grupal que implique probar; y, claro, por placer. Existen múltiples motivaciones y éstas pueden variar de un individuo a otro, así como de un momento a otro.

1 comentario:

julia elena ibarra dijo...

mecesito urente ayuda para mi hija de 14 años que tiene problemas con adiccion a las drogas, las autoridades y terceros que intervienen me dasautorizan y hasta me quitan la yenecia de mi hija perjudicandola aun mas es su situacion actual.Mi nombre es Julia Elena Ibarra, mi cel 011-1566907919-e-mail:juliaelenaibarra@yahoo.com.ar