martes, 13 de noviembre de 2007

EL COMPROMISO DE LA ESCUELA EN LA PREVENCIÓN


Como no puede ser ajena al fenómeno actual del consumo, en la institución escolar se reflejan los hábitos de riesgo de su población. Lo que antes podía ocurrir en el baño, cuando los estudiantes fumaban a escondidas, ahora el problema se ha hecho más evidente y de otras maneras.
Nadie puede negar la responsabilidad de la escuela para educar en hábitos saludables y esto puede hacerse en varios sentidos. En principio, es un tema a tratar desde diversos puntos de vista: ciencias sociales, biología, historia, comunicación, educación física, psicología, entre otras.
Y, por supuesto, para fortalecer valores actitudinales como la autoestima y el diálogo superador de conflictos, la toma de decisiones de carácter autónomo, el sentido crítico, la participación positiva y creativa por parte de los jóvenes, que pueden constituirse en un valioso recurso de enseñanza ante las consecuencias negativas en el abuso de sustancias.
En momentos en que la educación está llamada a dar respuesta a un mundo en transformación, la acción del docente como agente de cambio adquiere una importancia trascendente, por su expansión y valorización como primera articulación entre la familia y la institución.
Si se decide encarar un proyecto preventivo, es imprescindible contar con el aporte de todos los integrantes de la comunidad, sumando así a celadores, padres, uniones vecinales, organizaciones civiles, el centro de salud, el club del barrio y el municipio.
A su vez, estos abordajes preventivos no pueden tener como objetivo de intervención la sola advertencia. Tienen que motivar e impulsar procesos de construcción en acción. Y, por supuesto, tiene que partir desde las posibilidades del sujeto y las diversas actividades en las que éste puede reconocer algo de sí.
No obstante, lo característico es que la escuela sea una institución saturada de actividades y demandas, en las que un problema termina enmascarando a otro.
Así, el tema de los hábitos de riesgo en su población puede ser visto como una señal de alarma. Ante ello, los juicios para comprender el problema caerán en lugares comunes: “Es un problema de un solo alumno”; “la culpa la tiene el dealer que vende en la esquina, hay que llamar a la policía”; “no queremos que esto contagie al resto del alumnado”.
Sin embargo, aquella preocupación inicial no se traduce en propuestas educativas válidas, que sean constantes en el tiempo. La demanda usual, entonces, se registra de esta manera: “¿Pueden venir a dar una charla?”. El alarmismo tiene límites tan precisos como cortos.
Las políticas públicas de prevención de las adicciones pueden contribuir enormemente con la educación formal. Todo proyecto de prevención intenta transformar, no sólo las conductas, sino generar mejores expectativas de vida. Para ello se requiere aceptar que no es un problema de individuos, sino responsabilidad de todos. A partir de esto, es importante capacitarse, sobre todo los responsables institucionales y docentes, a fin de no caer en los prejuicios habituales.
Lo fundamental es que este cambio sólo puede ser promovido por sus protagonistas, es decir, la comunidad educativa y no por voluntades aisladas.

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